miércoles, 23 de mayo de 2012

Una tarde en el Retiro y La Arboleda Perdida. ¿La felicidad es real si es compartida? Parte II

Me había quedado dando vueltas una imagen: yo recorriendo Madrid una tarde soleada de otoño, en el Retiro sola, leyendo La Arboleda Perdida de Rafael Alberti, comprado minutos antes en la Cuesta de Moyano por unos pocos euros. Tan fuerte es esa imagen de mí, feliz y serena, que siempre se aparece cuando menos me lo espero. ¿Feliz y sola, feliz a pesar de estar sola o feliz pero sola?
¿En qué se basa esa presunta felicidad? Y ¿por qué relacionar siempre el concepto de felicidad con el de soledad? ¿No puedo ser feliz estando sola en un parque leyendo un buen libro?
Para estas preguntas existen múltiples respuestas, pero no sé porqué nunca me satisfacen completamente. O tal vez, la respuesta está en la pregunta misma: ¿será que asocio el estado de felicidad con el de soledad porque en el fondo siento que para ser plenamente feliz necesito compartir ese sentimiento con otra persona?
Volviendo a aquel día en Madrid, estaba contenta y el corazón me estallaba en el pecho al ver tanta belleza. Sin embargo, todavía me acuerdo de esa sensación que me recorrió todo el cuerpo mientras miraba el Guernica en el Reina Sofía: un gran deseo de contarle todo esto a alguien, eso es todo.

Aquí les dejo la introducción de La Arboleda Perdida, de Rafael Alberti: 

En la ciudad gaditana del Puerto de Santa María, a la derecha de un camino, bordeado de chumberas, que caminaba hasta salir al mar, llevando a cuestas el nombre de un viejo matador de toros —Mazzantini—, había un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas llamado la Arboleda Perdida.
Todo era allí como un recuerdo: los pájaros rondando alrededor de árboles ya idos, furiosos por cantar sobre ramas pretéritas; el viento, trajinando de una retama a otra, pidiendo largamente copas verdes y altas que agitar para sentirse sonoro; las bocas, las manos y las frentes, buscando donde sombrearse de frescura, de amoroso descanso. Todo sonaba allí a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria de la luz, y nuestros juegos infantiles, durante las rabonas escolares, también sonaban a perdidos en aquella arboleda.
Ahora, según me voy adentrando, haciéndome cada vez más chico, más alejado punto por esa vía que va a dar al final, a ese «golfo de sombra» que me espera tan sólo para cerrarse, oigo detrás de mí los pasos, el avance callado, la inflexible invasión de aquella como recordada arboleda perdida de mis años.
Entonces es cuando escucho con los ojos, miro con los oídos, dándome vuelta al corazón con la cabeza, sin romper la obediente marcha. Pero ella viene ahí, sigue avanzando noche y día, conquistando mis huellas, mi goteado sueño, incorporándose desvanecida luz, finadas sombras de gritos y palabras.
Cuando por fin, allá, concluido el instante de la última tierra, cumplida su conquista, seamos uno en el hundirnos para siempre, preparado ese golfo de oscuridad abierta, irremediable, quién sabe si a la derecha de otro nuevo camino, que como aquél también caminará hacia el mar, me tumbaré bajo retamas blancas y amarillas a recordar, a ser ya todo yo la total arboleda perdida de mi sangre.
Y una larga memoria, de la que nunca nadie podrá tener noticia, errará escrita por los aires, definitivamente extraviada, definitivamente perdida.

1 comentario:

  1. Yo asocio un sentimiento de paz y felicidad una vez que fui a Swansea en septiembre, cuando fui a visitar a Christoph después del verano.
    Me fui al parque y hacía sol. Me quedé paseando (cómo me encantaba ese parque que teníamos que cruzar para ir a la uni, creo que es de mis sitios preferidos en el mundo) e iba cambiando de un punto del parque a otro mientras escribía una historia en mi libreta.
    Recuerdo quitarme las zapatillas y caminar descalza por el cesped. Sigo notando la hierba bajo las plantas de los pies y cosquilleándome entre los dedos como si hubiera sido hace cinco minutos.
    Hay momentos en la vida que los relacionamos con la felicidad porque dio la casualidad de que estábamos solas, pero seguro que te viene otro momento también muy feliz en el que te dio un ataque de risa rodeada de gente.
    feliz día!

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