jueves, 31 de enero de 2013

La diferencia entre vos y yo

Existe ese salto entre vos y yo, como bien dice Cortázar. Existe y nosotros somos porque eso existe. 
Te quiero porque no nos pertenecemos, ni yo tuya, ni vos mío. No te poseo, ni mucho menos yo quisiera. Tal vez nos habitamos, nos compartimos, como se habita una casa, serenamente, o como se comparte un mate, un libro, un beso. 
Esa diferencia entre vos y yo, esa falta de posesión, ese espacio que (gracias-a-Dios) nunca hemos de llenar con papeles, personas, televisores, monedas, ropa y zapatos nuevos. Ese abismo que siempre estará ahí, en el medio, para recordarnos lo que somos y lo que no queremos pasar a ser. 

Eso es lo que hace de vos y yo, nosotros. 

Esa diferencia entre vos y yo hace que te mire y no sepa nunca con certeza lo que ves o cómo me ves.   Y lo que te digo, ay, nunca voy a saber de qué manera llega a tus oídos, por medio de qué extraños y azarosos canales de comunicación mis palabras vuelan hacia vos. 
Pero sé que te miro y te veo; sé que vos me hablás y te escucho. Me gusta lo que veo, me gusta lo que escucho. 


viernes, 18 de enero de 2013

Mensaje en una botella


Una vez me mandaste un mensaje en una botella que nunca me llegó. Seguramente te sentaste frente a tu mejor ventana, que daba al mejor patio de tu mejor casa; elegiste el papel más bonito de todos, de esos reciclados, embellecidos por diminutas marcas de mensajes ya olvidados. Cuidadosamente, sin dejar de lado la emoción, agarraste la birome azul como tu color preferido, ese que nunca te llegué a preguntar; con la mano algo temblorosa, empezaste a escribir y una “Q” perfecta, bien redondeada y definida, quedó grabada en la hoja.
Sé que al Querida le seguía mi nombre, ese que pronunciabas tan bien, y luego te quedaste pensando un largo rato cómo decir lo que querías decir. El qué tal, ¿cómo estás? le hubiera dado un tono informal y amistoso, pero vos buscabas algo más atractivo, tal vez ingenioso. Al final optaste por un simple ¿cómo estás?, quitándole el “qué tal” y devolviéndomelo junto a las demás palabras que nunca llegaste a decirme.
Sin embargo, en la carta me explicabas lo que realmente querías, dejando de lado hipocresías (todavía recuerdo aquel sin vueltas) y distancias geográficas. La verdad es una, claro que vista desde distintos ángulos se deforma y se rompe en cien verdades. Agregabas, también, que no tenía sentido arruinar algo tan bello (no, usaste lindo, con la intención de hacerme sonreír, obvio); mejor el recuerdo de una intensidad breve que la dolorosa y vana prórroga de un momento único, pasado, pisado. ¿Para qué?, me decías.
Sin duda, tenías razón, creo que lo supe desde la mañana siguiente volviendo a casa bajo la lluvia. Cerrabas la carta despidiéndote casi aliviado, pero siendo sincero como habíamos pactado tácitamente aquella vez por teléfono. Lo aprecié mucho, gracias. Firmabas con tu mejor firma, la más legible de todas.

Tu estrategia de comunicación, la mejor de todas, en la que tanto te esforzaste y a la que tanto tiempo dedicaste, en algún punto falló. No sé qué pasó, la botella nunca llegó a mis manos, nunca pude leer lo que me habías escrito, ni mucho menos conocer tu caligrafía. Jamás descifraré tu misterio, ni vos el mío. Tranquilo, no te culpo, quizás el mar ya no reciba botellas con mensajes, eso es cosa de otra época, otro tiempo. Eso fue ayer.

lunes, 7 de enero de 2013

Breve reflexión para inaugurar el año

Fin de año, tiempo de balances. Año nuevo, buenos propósitos. 

¿Por qué esperar el primer día del año para desear cambiar algo? ¿Y qué del 4 de febrero o del 12 de julio, acaso no son fechas tan válidas como el 1° de enero? El cambio viene de adentro, muchas veces estimulado por el afuera, por aquello que nos rodea. Tal vez uno piensa que con el nuevo año se borran las amarguras del año anterior, que sería algo así como hacer borrón y cuenta nueva. Empezar de cero. Punto y aparte. Dar vuelta la hoja. Resetearnos de alguna manera. 
¿Cuenta realmente la intención que uno tiene en hacer desaparecer pedazos de historia de la memoria, las frases dicha en un día de bronca, las gotas de lluvia sobre su pelo, el doblez de las sábanas cansadas, el anillo en el dedo ya símbolo del desamor, la mancha de yerba sobre el mantel? 
O simplemente sucede, quizás. 

Como despertarse apurado y darse cuenta de que es feriado; el sol de otoño, el repulgue de las empanadas de mi mamá o el corazón de crema en la espuma del cappuccino. Así, sin querer, suceden.