domingo, 26 de mayo de 2013

Recordando nuestra infancia: gracias, Elsa Bornemann!

Leer era un placer cuando de leer sus historias se trataba. Quedarse hasta tarde acompañada por sus personajes, nunca sola. Hoy pensaba que, gracias a ella, el castellano me parecía asequible, bello, mágico. Gracias a Elsa Bornemann y a sus cuentos, mi infancia fue una casa feliz llena de lecturas y de sueños divertidos. 
Gracias Elsa Bornemann por regalarnos tu fantasía y fomentar nuestro amor por los libros!

Aquí comparto un poquito de su obra.

tapa_chicos enamorados_Bornemann


viernes, 10 de mayo de 2013

Una mañana a pie por Ginebra

La primavera se hace desear en Ginebra este año. Si bien los árboles están florecidos, teñidos de blancos pimpollos, o de flores en todas las tonalidades del rosa, el viento sopla frío cerca del lago Léman y más aún cuando cruzás el Pont du Mont-Blanc en moto.

Salgo de casa -de mi nueva casa (qué raro suena)- y doblo en Rue de l'Encyclopédie, la calle de los estacionamientos la llamo yo. Resulta que encontrar un lugar libre para estacionar el coche puede ser toda una odisea en Ginebra. Pero esta callecita a la apariencia angosta, nunca falla. Sigo un par de metros y desemboco en Rue Voltaire, la avenida. Pienso en qué lindos nombres tienen estas calles que rodean el depto; y si agregamos Rue des Délices -por el Parc des Délices que se asoma por ahí- cartón lleno. Sin contar que a la vuelta de casa, siempre sobre esta calle, en una esquina hay una pequeña cabina blanca llena de libros y VHSs que los vecinos de la zona dejan para intercambiar entre ellos; algo que realmente me hizo alucinar. 
Continúo por Rue Voltaire, paso por debajo del puente de las vías del tren -la Gare Cornavin queda bastante cerca- y hoy, en vez de doblar a la derecha en el Bd. James-Fazy para ir al mercado de las pulgas de Plainpalais, cruzo y sigo por Rue du Temple. Cualquiera que haya visto "El código Da Vinci" se esperaría una catedral inmensa o algún monumento misterioso dedicado a los templarios. Por el momento, nada raro que haya llamado mi atención, pero siempre que paso, trato de observar cuidadosamente las fachadas de los edificios en busca de algún indicio. 
Llegando al final de Rue du Temple, me encuentro con la callecita que bordea el Rhône, donde alguna que otra vez me senté en las escalinatas de la vereda para admirar el juego de luces artificiales sobre el agua en las oscuras tardes de inverno. Siempre que cruzo al otro lado de la ciudad por Rue des Moulins, no dejo de asombrarme de lo bello y necesario que es tener un río o un lago (y los más afortunados el mar) en las grandes ciudades. No es solamente una cuestión estética para mí: el agua que fluye, que se mueve, que viene y que va, genera un torbellino de emociones dentro de uno, que a veces calma y serena los ánimos inquietos, y otras, los sacude hasta despertarlos del sopor más profundo.

Ginebra-Genève-Geneva