domingo, 26 de mayo de 2013

Recordando nuestra infancia: gracias, Elsa Bornemann!

Leer era un placer cuando de leer sus historias se trataba. Quedarse hasta tarde acompañada por sus personajes, nunca sola. Hoy pensaba que, gracias a ella, el castellano me parecía asequible, bello, mágico. Gracias a Elsa Bornemann y a sus cuentos, mi infancia fue una casa feliz llena de lecturas y de sueños divertidos. 
Gracias Elsa Bornemann por regalarnos tu fantasía y fomentar nuestro amor por los libros!

Aquí comparto un poquito de su obra.

tapa_chicos enamorados_Bornemann



ROMANCE DEL PAIS QUE NO CONOCI
No conocí el paisito
de donde tú llegabas:
lo busqué en cada mapa
pero no figuraba.
Por eso, al ver tus ojos
yo me lo imaginaba
como un río celeste
oleando en sus mañanas.
(¿Fue el río el que te puso
de agua la mirada
y esa manera dulce
de apoyarla en la nada?)
No conocí el paisito
de donde tú llegabas:
por eso, al oír tu risa
yo me lo dibujaba
con una torre alta,
henchida de campanas.
(¿Fue allí donde aprendiste
a alzar la carcajada
y ese modo de darla
sonora, larga, clara?)
No conocí ese paisito
de donde tú llegabas:
Toqué tu piel y dije:
-Viene de donde se ama.
Por eso fui tu amiga:
de puro equivocada,
que hoy sé que no había río,
ni torre, ni campanas...
Fuiste un sueño apenitas
y era yo quien soñaba.
Tan sólo había tu pecho
con la puerta cerrada,
sin rincón de caricias,
sin paloma anidada,
sin lugar para un beso,
sin luces ni guitarras.
Por eso no podías
sentir que me hacías falta
ni beber de a poquito
el color de mi lágrima.
Por eso no podías
atarte a mis palabras,
la mitad, entre risas
y la otra, lloradas.
En vano tantos versos
de siesta amanzanada.
En vano tantos versos:
mi silencio extrañabas.
Por eso, sin siquiera
decirme qué pasaba
en un día cualquiera
me dejaste olvidada.
Qué triste es despedirte,
pasajero de mi alma...
Tu recuerdo me sigue
como un pájaro en llamas.
No podías quererme.
Hoy lo entiendo y me daña
pero sé que es la vida
la que anuda o separa.
No conocí el paisito
del que te despegabas
ni tampoco tú el mío,
coloreado de infancia.
¿A quién culpar entonces
de estas cosas que pasan?
Me llevo mi solcito:
le sobra a esta nevada.
Mi última muñeca
mira y no entiende nada.
Mi última inocencia
es lágrima en la almohada.
Yo apago los reproches
como apago mi lámpara
mientras una certeza
se enciende en madrugada:
No pudiste quererme.
Eso es todo. Que lástima


PUENTES


Yo dibujo puentes
para que me encuentres:
Un puente de tela,
Con mis acuarelas…
Un puente colgante,
Con tiza brillante…
Puentes de madera,
Con lápiz de cera…
Puentes levadizos ,
Plateados, cobrizos…
Puentes irrompibles,
De piedra, invisibles…
Y tú… ¡Quién creyera¡
¡No los ves siquiera!
Hago cien, diez, uno…
¡No cruzas ninguno!
Mas… como te quiero…
Dibujo y espero
¡Bellos, bellos puentes
Para que me encuentres!

YO
Yo, el desvergonzado,
travieso, alocado,
que por ti me atrevo
y todo lo pruebo:
magia, equilibrismo
o malabarismo;
que bailo con zancos
o salto los bancos,
que ensayo piruetas
con mi bicicleta
o ando de cabeza
con las piernas tiesas;
que hasta disfrazado
paso por tu lado
para que me mires...
para que suspires
por el superpibe
que todo lo consigue...
no me animo, hermosa,
a hacer una cosa,
la más sencillita,
tan dulce y bonita
como tu mirada
-pichoncito de hada-
Ah, que tengo miedo,
que no, que no puedo
decirte un sincero
¡te quiero! ¡te quiero!

DERECHOS DE LA INFANCIA: AUTONOMÍA Y PROTECCIÓN
"¿Qué vas a ser cuando seas grande?", me pregunta todo el mundo. Y aparte de contestarles: "Astrónomo" (o "colectivero del espacio"…, porque nunca se sabe…), tengo ganas de agregar otra verdad: "Cuando sea grande voy a tratar de no olvidarme de que una vez fui chico. "

Recuerdo que –cuando aún concurría al jardín de infantes–mi tía Ona me contó un cuento de gigantes. Después me mostró una lámina en la que aparecían tres y me dijo:
–Los gigantes sólo existen en los libros de cuentos.
–¡No es cierto! –grité– ¡El mundo está lleno de gigantes!
¡Para los nenes como yo, todas las personas mayores son gigantes!

A mi papá le llego hasta las rodillas. Tiene que alzarme a upa para que yo pueda ver el color de sus ojos… Mi mamá se agacha para que yo le dé un beso en la mejilla… En un zapato de mi abuelo me caben los dos pies…
¡Y todavía sobra lugar para los pies de mi hermanita!

Además, yo vivo en una casa hecha para gigantes: si me paro junto a la mesa de la sala, la tabla me tapa la nariz…
Para sentarme en una silla de la cocina debo treparme como un mono, y una vez sentado, necesito dos almohadones debajo de la cola para comer cómodamente.
No puedo encender la luz en ningún cuarto, porque no alcanzo los interruptores. Ni siquiera puedo tocar el timbre de entrada. Y por más que me ponga de puntillas, ¡no veo mi cara en el espejo del baño!

Por eso, ¡cómo me gusta cuando mi papi me lleva montado sobre sus hombros! ¡Hasta puedo arrancar ramitas de los árboles con sólo estirar el brazo!
Por eso, ¡cómo me gustaba ir al jardín de infantes!
Allí hay mesas, sillas, armarios, construidos especialmente para los nenes.
Las mesas son "mesitas"; las sillas son "sillitas"; los armarios son "armaritos"…
¡Hasta los cubiertos son pequeños y mis manos pueden manejarlos fácilmente! También hay una casita edificada de acuerdo con nuestro tamaño. Si me subo a un banco, ¡puedo tocar el techo!

Sí. Ya sé que también yo voy a ser un gigante: cuando crezca.
¡Pero falta tanto tiempo!
Entre tanto, quiero que las personas mayores se den cuenta de que hoy soy chico, chiquito, chiquitito.
¡Chico, chiquito, chiquitito, en un mundo tan grande!
De gigantes. Hecho por gigantes.

Y para gigantes.

CON EL SOL ENTRE LOS OJOS
La única que se dio cuenta soy yo: Gustavo tiene un sol entre los ojos. Un pequeño sol colorado, de rayos desparejos, como despeinado en los bordes...
Cuando Gustavo mira, enciende cada cosa que mira.
La primera vez que lo advertí fue cuando puso antorchas a lo largo de la escalera de la escuela, una sobre cada peldaño, a medida que bajábamos.
Me asombré tanto, que no pude decir nada.
Otra vez, prendió las cortinas del salón de música. Yo estaba ubicada en la grada junto al ventanal y sentí que las espaldas me ardían de repente. Inquieta, busqué a Gustavo entre el grupo de chicos que cantaban al lado del piano. Lo sorprendía mirando fijamente en dirección a mí.

Más tarde, cuando le pregunté cómo era posible que nadie más se diera cuenta, me contestó con una larga sonrisa.
¡Pro una tercera vez encendió un mediodía a las once de la noche! Fue en el mismo momento en que finalizaba la fiesta de mi cumpleaños y nos despedíamos con un beso ligerito en la puerta de mi casa. Entonces ya no pude soportar su silencio ni un minuto más. -¿Cómo explicártelo? –me dijo, medio avergonzado, cuando le exigí que respondiera a mi por qué.

Ni yo entiendo bien qué es lo que me está pasando... Parece que solamente nosotros dos lo notamos... ¿Vas a ser capaz de guardar el secreto, no?
Le aseguré que sí sin pensarlo, porque lo cierto era que ya no podía desoír las ganas que tenía de confiarles a todos mi maravilloso descubrimiento.
Contárselo a la maestra frente al grado, eso es lo que hice.
De puro tonta nomás, una mañana quebré lo prometido y me decidí. –Señorita...–le dije- ¡Gustavo lleva un sol entre las cejas! ¿Usted no lo ve? La maestra se balanceó en su silla, divertida. Las risas de mis compañeros sacudieron el aula. Gustavo me miró asombrado y la sala pareció quemarse. Allí estaba su sol, más brillante que otras veces, abriendo un caminito rojo con sus rayos. Un caminito que empezaba en su cara y terminaba en la mía. Un caminito vacío, completamente en llamas. Fulminante.

-¿Qué fantasía es esa? –exclamó la maestra-. ¡El único sol que existe es aquél! –y la señorita señaló el disco de oro colgado de una esquina del cielo, justo de esa esquina que se dobla sobre el patio de la escuela.

-Se burlaron, ¿viste? –me susurró Gustavo no bien salimos al patio. -¿Qué necesidad tenías de divulgar el secreto? ¿Acaso no te basta con saber que es nuestro?

Sí. Ahora me basta. Aprendí que es inútil pretender que todos sientan del mismo modo. Aunque sean cosas muy hermosas las que uno quisiera compartir...
Desde entonces, no he vuelto a contárselo a nadie. Pero esta maravilla continúa desbordándome y necesito volcarla, al menos, en mi cuaderno borrador. Por eso, escribo.
En los recreos, casi siempre sigo siendo sólo yo la que juega con Gustavo. –Es un pibe raro... –murmuran los demás chicos.
Y tienen razón. Sí. Gustavo es un muchacho diferente, pero por su sol, que únicamente yo tengo el privilegio de ver. ¡Y es hermoso ser distinto por llevar un sol entre los ojos!
Gustavo. Mi más querido amigo.

Pasamos las tardes de los domingos correteando por la plaza y él sigue encendiendo cada cosa que mira, una por una:
El agua de la fuente se llena de fogatas.
La arena bajo el tobogán es una playita incendiada.
Los árboles lanzan llamas a su paso y hasta las mariposas, si las toca su mirada, son fósforos voladores...
Ahora que lo escribí, el secreto ya no me pesa tanto...
Estoy contenta y, sin embargo, tengo una duda: ¿seré yo su amiga más querida?
Me parece que sí, porque aunque no se lo pida, Gustavo viene a buscarme a través de su caminito en llamas... Cuando llueve, él se apura a regalarme sus tibios rayitos... Cuando estoy triste, ilumina mi vereda hasta hacerme sonreír...
Por eso, aunque nadie lo vea, aunque me hayan dicho que es un disparate, aunque me vuelven a repetir cien veces que es imposible, yo estoy segura, yo lo creo: Gustavo tiene un sol entre los ojos.

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