domingo, 21 de septiembre de 2014

Humedad

El otro día bajo el agua caliente de la ducha que corría, sentí un intenso mas fugaz olor a humedad que parecía venir de algún tiempo pasado a recordarme quién fui y sigo siendo en cierta medida.
 
Era la primera vez en muchos años que llevo viviendo en Europa que sentía un dejo de humedad, esa humedad que puebla mis recuerdos de infancia en la casa de campo de mi abuelo (ya zona urbanizada del Gran Buenos Aires). Nunca me había dado cuenta de aquel olor ni siquiera durante todos estos años lejos; no podía darme cuenta si aquí en Europa esos olores no los encontraba. Este verano, estando de vacaciones en Argentina, mi novio me hizo notar cómo algunas calles de Buenos Aires olían a humedad. Es verdad -pensé yo, sin llevarle demasiado el apunte, como se dice.
 
Volviendo al viernes pasado bajo la ducha, no sé exactamente de dónde vino, pero ese olor a humedad que duró tan solo unos pocos segundos, me trajo una gran sensación de confortación, un alivio que mi mente algo afligida recibió rendida. Sentí que en algún lado todavía quedaba esa nena que jugaba con sus primos a esconder banderines de papel (de un bloc de facturas de colores nunca usadas) en la inmensidad del terreno de su abuelo: debajo de una piedra (casa de los bichos bolitas asustadizos), en un caño abandonado por ahí, en un macetero, entre alguna rama del laurel...
Me acordé de las ramitas que juntábamos con mi bisabuela, "petisa -decía Sofía- ¿me acompañás hasta la tranquera?", con sus medias de nylon brillantes y su chaleco de lana. Y qué decir del pelo de mi abuela dejándose peinar por las nietas, y maquillar esos párpados arrugados pero delicados con sombras de todos los colores.
 
El agua seguía corriendo y cuando abrí los ojos, la humedad se había ido llevándose esos recuerdos que, hoy me doy cuenta, son mi tesoro más grande en mi edad adulta. La geografía cambió para mí, algunos ya partieron de este plano, sin embargo hay momentos en los que hasta el terrible olor a humedad puede hacerme sonreir y reconfortar a la nena perdida en algunas de las miserias de la vida adulta.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Desde el celular

En una casa nueva, unos meses más de vida y muchos sentimientos encontrados.  Ya no escribo y eso duele porque es una parte de mí que no sale a la luz, que se queda atascada allí sin otro remedio que frustrarse.
Tengo fe en que mi vida va a ir encaminándose profesionalmente hacia donde yo quiero, porque al fin y al cabo, el camino lo va trazando uno mismo.

Esta es mi manera de volver creo. Desde la tenue luz de la lámpara, desde el silencio de la noche entrecortado por los profundos respiros de mi compañero.  A veces hay una cierta urgencia en esto de escribir, si no lo hacés en el momento, ya es es tarde luego. Veremos cómo sigue .

sábado, 18 de enero de 2014

Restos de un naufragio sentimental

Por la mañana se despierta sola, el lado derecho de la cama frío. Estira el brazo, creyendo que por alguna extraña razón, él aún sigue ahí. Abre la mano, acaricia la sábana, recordando. Respira hondo, buscando aquel olor que tantas certezas le daba (o ella creía que le daba), el perfume natural de su piel y la tibieza de su cuerpo junto a ella. Confundida, abre los ojos claros: nada queda de aquel recuerdo.

Se levanta algo triste, pero de esas tristezas que ya no generan lágrimas, simplemente se llevan pegadas como un adhesivo en la frente. Prepara el desayuno para dos (el tercer lugar lo ocupa un jarrón chino), tratando de aparentar fortaleza y alegría. Como no le sale muy bien, una inmensa frustración se apodera de ella: no puede dejar de echarle la culpa de todo a él; la vida de ellos iba tan bien: eran una familia como siempre (ella) había soñado, ambos trabajan, vivían en un departamento que a ella le encantaba. A veces se ignoraban, puede ser, pero era normal en el día a día de la pareja; también quizás ella exageraba un poco con los temas de la casa y la cotidianeidad en familia, no le daba mucho espacio a él para que ejerciera su rol de "hombre de la casa", de papá, de compañero. "Eramos compañeros?", trata de recordar ella. No importa, las cosas iban bien entre ellos, no iban mal, hasta aquella tarde de otoño en la que él le gritó sus verdades y ella.... 

Y ella se convenció de que el origen de sus problemas siempre había sido él. Ya se lo habían dicho sus padres. 

De camino a casa, los árboles sin hojas le recuerdan aquella tarde de otoño. A veces llegó a pensar que su vida se acabó allí, en ese instante en el que las certezas pasaron a ser un breve puñado de espuma, escurridizo hasta ser inexistente. Claro, él en cambio tiene "otra vida", se la pasa bien, casi como si se lo refregara por la cara. La vida sigue, che, la vida es esto también. Sin embargo, para ella permanecer en ese estado de pena/rencor, es casi un consuelo. Algo aún la une a él, no importa qué, pero ella sabe que es lo único que puede esperarse de él. Sin rencor, sin odio, sin culpas, voy a ser libre al fin, voy a liberarme de él y de su fantasma. 
Y no, ella no quiere eso.